9/10/10. Unión 0, Aldosivi 3.
El viejo unionista estaba en la cocina, tomando su café con leche de cada tarde. Mientras, leía el diario que acaba de llegar. Sabía que jugaba Unión, pero no había reparado en la hora. De pronto notó que eran las 19.05 ¡Ya empezaron! Exclamó. Y salió disparando hacia el living.
Allí se acomodó en un sofá, con la portátil a su lado. Estaba muy tranquilo. Hoy tenemos que ganar por goleada, pensaba. Los antecedentes le presagiaban una noche tranquila: Aldosivi iba último y Unión venía en alza, ganando su segundo partido consecutivo como visitante. Tan tranquilo estaba que ni pensaba en “alambrar” y para distraerse puso la televisión y comenzó a hacer zapping, mientras el relator decía -no era ninguna sorpresa- que Unión jugaba mejor que su rival.
De pronto escuchó: ¡Gol de Aldosivi de Mar del Plata! Y el relator repitió, vocalizando casi exageradamente: Gol-de-Aldosivi-de-Mar-del-Plata.
Fue como una puñalada. Viejos fantasmas de otros partidos rondaron el living. El tipo se prendió del relato, absorbiendo cada frase, cada nombre, escuchando como cada avance fracasaba, como fallaba la defensa. Esa defensa que fue bastión en los últimos encuentros, ahora perdía las marcas una y otra vez, peligrosamente. Por fin terminó el primer tiempo y la esperanza de una recuperación asomaba casi como una certeza. Había que creer en eso.
Pero el segundo tiempo fue peor. Los marplatenses desperdiciaron varias oportunidades propicias para definir el partido y Unión no mejoraba. Hasta que llegó el segundo gol. Y después el tercero. Los cambios no daban resultado. Un comentarista acertó con esta frase antológica:
- Unión está jugando con seis volantes y ningún conductor. Y no hablaba de automovilismo.
¡Que amargura! Con razón en Santa Fe hay cada vez más cardiólogos y psicólogos. Si cada partido es un sufrimiento y la desazón de la derrota resulta deprimente.
El viejo, que durante su juventud iba siempre a la cancha, que acompañó al equipo cuando empató el campeonato con River, fue dejando de asistir a los partidos. Y sufría escuchándolos por radio. Hasta que y también dejó de escucharlos. Pero el año pasado, cuando Unión se prendió en lo alto de la tabla, se reavivó la llamita del fervor tatengue, volvió a acompañarlo. Y sufrió una gran decepción al final. Ahora pensaba… ¿Pasará lo mismo?
Seguramente tratará de distraerse viendo alguna película absorbente en la tele, para no acostarse con ese sabor amargo en la boca.
Peo será inútil. Cuando apague la luz y apoye la cabeza en la almohada, como un sobresalto, en su mente brotará el recuerdo del partido. Entonces tratará de pensar en sus nietos, esas hermosas criaturas que le ayudan a vivir. Y se dormirá pensando en ellos.
Ellos son la vida.
El Giorgio
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